EL ESTUDIOSO Y EL OBRERO

En una ciudad pequeña, vivían en el mismo barrio dos judíos. Uno era un gran sabio y el otro, un pobre trabajador. Todos los días, al aparecer el alba, se despertaba el estudioso de su sueño e iba a la casa de estudio, para estudiar un poco, todavía antes de la oración matutina. También su vecino, el pobre trabajador, se levantaba temprano y se iba a su trabajo, un trabajo muy difícil y desgastador, y no tenía tiempo para rezar junto con la comunidad. En el camino hacia la casa de oración se encontró el estudioso con su vecino, el trabajador. De la boca del trabajador salió un profundo suspiro, y en los labios del estudioso apareció una burla liviana.

Después de muchos años fallecieron los dos. El estudioso fue llamado ante la Corte Celestial, para dar cuenta de sus actuaciones en la Tierra.

"¿Qué has hecho durante todos los días de tu vida?" – Se escuchó una voz desde las alturas.
"Dios sea bendito". - dijo él, con un poco de orgullo y altivez.

- "Todos los días de mi vida estuve al servicio de mi Creador. Estu­diaba mucho la Tora y rezaba con sinceridad y con la devoción requeridas."

"Pero" - se dejó escuchar la voz del acusador, - "tú siempre habías mirado con desprecio a tu vecino, el pobre obrero."

"¡Que me traigan la balanza!" - exclamó la voz desde arriba. En un plato de la balanza, pusieron todos los conocimientos que él consiguió con sus estudios y todas las oraciones que él había rezado, y en el otro plato, esa burla liviana en sus labios que flotaba allí cada vez cuando se encontró con su vecino. Y fíjense qué pasó. Esta pequeña expresión burlona en sus labios tuvo más peso en el plato de la balanza, que todos sus estudios y oraciones en la otra.

Después llamaron al "pobre obrero" delante de la Corte Celes­tial.

"¿Qué has hecho durante toda tu existencia en la tierra?" - Se escuchó la voz desde las alturas.
"Todos los días de mi vida trabajaba, un trabajo pesado y exhaustivo, a fin de poder alimentar a mi familia. Nunca he tenido tiempo para realizar mis oraciones en la comunidad, tampoco he podido estudiar la Tora, porque tenía que trabajar muy rudamente para poder traer pan a la casa para mis pequeños hijos" - contestó el pobre trabajador, con pena y aflicción.

"Sin embargo", - se escuchó la voz del defensor. - "él suspiraba cada vez que se encontraba con su vecino el estudioso, pues tenía la sensación de que no había cumplido con sus deberes religiosos".
"¡Traigan la balanza!" - se escuchó la voz desde arriba. El suspiro del pobre trabajador, que reflejaba sus sentimientos de culpabilidad por no haber tenido tiempo y posibilidad de orar junto con su comunidad y por no seguir sus estudios en la Tora, pesaban más en su favor.

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